Ha salido el segundo tomo de La Balada del Viento y los Árboles, y la historia continúa a un ritmo lento pero sin pausa. En esta ocasión descubrimos parte del pasado de Gilbert, lo cual da contexto para muchísimas características del pobre chico. Al fin y al cabo, Gilbert no se despertó un día y se dijo que quería empezar a tener sexo con todo adulto que se cruzara por su camino por mal que lo tratara.
Pero vayamos por partes. Antes de llegar a esto, la historia presenta dos puntos interesantes:
Primero, nos habla de la sociedad heterosexual y patriarcal y presenta unos ejemplos a seguir para ser feliz en ella. La narración a menudo tiende a olvidar el color de piel de Serge, por cierto, lo cual le corta todas las vías abiertas a otras personas de piel blanca.
Segundo, nos muestra cómo Gilbert se somete a otras personas para conseguir buenas notas y por qué sufre tantísimo cuando alguien no se somete a sus encantos.
Centrándonos en el primer punto… ¡Llegan las vacaciones de Navidad! Serge, en vez de volver con su tía, que lo trata como si fuera un mono de feria, demuestra tener carácter y preferir quedarse en la academia. Sin embargo, Pascal se apiada y lo invita a su casa. Una vez allí resulta que el muchacho tiene una familia bastante grande y, atención, repleta de mujeres. Con un tono comédico, se las enfoca como ruidosas, molestas y no muy inteligentes a menos que nos refiramos a la más «masculina» de todas, Patricia. Ella se dedica a pintar, en ocasiones usando su cuerpo de referencia, sin mostrar interés por los vestidos o el mundo exterior. Con todo, esto es temporal, ya que la historia demuestra que solo necesita el reconocimiento de un muchacho para sentirse bella y validada. Lo cual no es muy interesante, pero al menos Serge no es el típico protagonista de shojo o shonen y hay cierta, digamos, ternura en el desarrollo de la relación entre los dos. Lástima que Patricia sirva más como paralelo de Gilbert que para tener su propio arco, por corto que sea.