La aparición de Arsene al final del episodio anterior es un golpe de efecto breve pero eficaz que sirve para llamar la atención de Kamoshida, ocasión que Ryuuji aprovecha para coger las llaves de la celda. Con ellas, los dos estudiantes huyen dejando al excéntrico rey encerrado en su propia mazmorra. Una vez fuera del castillo, la misteriosa aplicación que tantas veces intentó borrar el protagonista les informa de que han regresado de su viaje. Vamos, que es como un GPS solo que, en lugar de pedirte que atravieses un callejón sin salida, te mete en líos en ¿otro mundo? El caso es que han regresado (no tenemos muy claro de dónde) y, ¡sorpresa! ¡Están en la entrada del instituto! Pero me refiero al instituto de verdad, no al castillo ese de los horrores.
Ryuuji, en su estado de estupor, hace un comentario interesante. ¿Qué ha pasado con la ropa de Ren? Al arrancarse su máscara e invocar a Arsene, su ropa fue cambiando… Pero al salir del castillo, volvía a llevar su uniforme. Admito que es una buena observación, Ryuuji, pero ese detalle no es tan llamativo como otros. Podrías preguntar sobre el castillo, la aplicación, el propio Arsene… Pero lo que más ha calado en ti es la ropa de Ren. Ordena tus prioridades, amigo.
Volviendo a la situación de los dos ¿supervivientes? ¿Prófugos de la justicia? ¿Futuros internos de un centro psiquiátrico? Jamás adivinaréis quién les espera en la entrada de Shujin. ¡Sí, el mismísimo Kamoshida! Solo que esta vez viste como una persona normal con su habitual chándal. Tras una breve intervención de Sae, que pide más información —no olvidemos que todo esto es el interrogatorio del protagonista tras su detención—, Ren relata su primer tercer encuentro con el hombre, que le recrimina el llegar tarde a clase, llama perdedor a Ryuuji, le deja caer una pullita al prota sobre su situación en libertad condicional y le da la bienvenida al Instituto Shujin con todo el cinismo del mundo y con sus huevos toreros. Todo esto sin dar muestras de recordar nada acerca de lo que acababa de suceder. Que alguien vaya llamando a Iker Jiménez, que hay algo raro en todo esto.