‘Pájaro que trina no vuela’ #1 y las heridas del pasado

A finales del 2015, en el XXI Salón del Manga de Barcelona, la editorial Tomodomo sorprendía a sus lectores con el anuncio de una nueva licencia llamada Pájaro que trina no vuela, un yaoi —o BL— enfocado a un público adulto que venía de dar la campanada en Japón desde el 2011 gracias a la pluma de Kou Yoneda. A pesar de que su lanzamiento se esperaba para primavera del 2016, hubo que aguardar hasta diciembre por problemas con el maquetado y discrepancias con la editorial japonesa en el acabado final. Con cinco volúmenes publicados actualmente en Japón —y a la espera del cuarto en España—, Pájaro que trina no vuela se ha convertido en una obra referente en su género y ahora veremos el porqué.

Atentos al resumen que la editorial Tomodomo ha incluido en el primer volumen, porque considero que se queda corto:

Chikara Dômeki, expolicía recién salido de prisión, comienza a trabajar como guardaespaldas de Yashiro, un cabecilla de la yakuza lascivo, insaciable y masoquista, pero con una gran habilidad para hacer dinero. Yashiro tiene como regla no mantener relaciones con sus inferiores, pero, por alguna razón, se siente muy atraído por Dômeki. Éste, sin embargo, se mantiene impasible ante sus agresivos avances, al mismo tiempo que demuestra hacia Yashiro una ciega lealtad, lo que consigue despertar, aun más si cabe, el interés de su jefe hacia él.

Pájaro que trina no vuela es la historia de la relación entre dos hombres atenazados por el dolor de sus heridas en el mundo de intrigas y traiciones de la mafia japonesa: Yashiro, un alma atormentada refugiada en el poder, y Dômeki, su fiel subordinado, cuya honesta adoración hacia él llega a rozar la devoción.

Siendo sincera, la sinopsis no hace justicia al tomo que tenemos entre manos. Aunque la temática usa como base la relación que se va forjando entre Yashiro y Dômeki, lo cierto es que encontramos mucho más en una trama con diversos caminos. En ella, sus dos protagonistas principales no son más que otra pieza de un puzle en el que se tratan diversas relaciones de poder —sobre todo abusivas— con un lenguaje y unas escenas que por momentos resultan bastante duras y fuertes. Eso sí, en este primer tomo no encontramos tantas. Junto a Yashiro, uno de los jefes del Shinsei-kai, y Dômeki, recién contratado como guardaespaldas, aparecen otros personajes bien trazados con sus propios problemas y envueltos en sus tramas particulares, como Kageyama, médico y amigo de Yashiro desde el instituto, o Hirata, otro de los jefes del Shinsei-kai y que muestra casi desprecio por el propio Yashiro.

A pesar de la crudeza de algunos temas que se tratan ya en el primer tomo de Pájaro que trina no vuela, hay que destacar numerosos puntos positivos de la obra de Kou Yoneda, entre ellos el análisis que se hace de personajes rotos y cómo afectan a su vida y a su día a día las secuelas traumáticas que arrastran de su pasado. El hecho de que la ambientación esté situada en los mundos de la yakuza no es arbitrario, sino que, a lo largo de los capítulos, se deja entrever que muchos de los que acaban ahí no tienen otro lugar al que ir al ser repudiados o apestados de la sociedad debido a los problemas que cargan. Además, la autora consigue introducirnos de lleno en el ambiente de la mafia: el vocabulario, los trajes, los cuarteles, los rangos… Todo está cuidado al detalle, acompañado de un dibujo suave, maduro y adulto, con líneas finas, pero bien remarcadas.

Por otro lado, cabe destacar que este primer tomo se centra sobre todo en la personalidad de Yashiro y sus aspiraciones personales. La narración introspectiva, por su parte, nos permite profundizar en su forma de ser. Aun así, el personaje destaca por tener un sentido del humor cínico con el que, a veces, no podremos evitar reírnos.

Mira, a mí también me violó un señor todo lo que quiso cuando era pequeño. Y es que, por aquel entonces, era una auténtica monada. Justo igual que ahora.

Aunque suene repetitivo, es necesario remarcar que esta obra trata ciertos temas que pueden ser delicados para algunas personas, tales como los abusos sexuales a niños o el estilo de vida de Yashiro. Su masoquismo puede despertar cierta controversia en lectores ya que la autora lo enfoca como una consecuencia de los abusos que sufre por parte de su padrastro, pero no deja de ser una práctica consensuada dentro del mundo del BDSM. En el caso de Yashiro su masoquismo está patologizado y busca el dolor por voluntad propia. Sin embargo, ¿habría sido masoquista sin haber recibido abusos de niño? ¿Insinúa la autora que solo se ven atraídas por el BDSM aquellas personas que arrastran algún tipo de secuela o trauma psicológico?

Para concluir, no cabe duda de que estamos ante una muy buena edición de la editorial Tomodomo —con postal de regalo incluida—. Ana María Caro hace una gran labor en la traducción, con explicaciones a pie de página cuando son necesarias y un glosario de términos yakuza al final del tomo. Una obra imprescindible para los que busquen intriga, drama, reflexión y relaciones homoeróticas.

¡Que el viento sople a vuestro favor!

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