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Continuamos tratando la deconstrucción del machismo en Utena. En el anterior artículo terminamos de examinar a los adolescentes y sus diferentes dinámicas con las mujeres. Ahora toca ir un paso más allá. Hemos comentado que nuestros personajes aspiran a ser Príncipes de una forma u otra, porque cada uno tiene su propia impresión de lo que este papel significa. Utena lo interpreta como la galantería y nobleza; Saionji y Touga como el poder de dominar a los demás y Miki no tiene nada muy claro excepto que un Príncipe defiende/rescata mujeres. Juri, por su parte, ha abandonado estas ideas, aunque todavía juegue dentro del rol de Príncipe.
Pero en Utena hay un príncipe. Y es el villano.
Aviso de spoilers de Utena
El Príncipe corrupto
Es curioso que, más allá de la estética anime, los hombres de esta serie tienen un aire de ridiculez principesca a su alrededor. Largos cabellos, poses épicas (y absurdas) y un encanto seductor muy consciente de su propia sexualidad.
A primera vista, son hombres hetero —en realidad, llamarlos «hombres» es exagerar. Aunque el diseño lleve a equivocación, nuestros protagonistas se mueven entre los 13 (Miki) y 17 años (Touga). Todos son adolescentes en diferentes fases que juegan a ser adultos—, y desde luego playboys machistas. Touga está con una chica diferente ya no cada noche, sino al parecer también cada día. Saionji persigue a la coprotagonista Anthy una y otra vez, dependiente de ella pero golpeándola una y otra vez cada ocasión que siente que se sale de su rol. Es decir, entienden el sexo como un medio de dominio y de reafirmación.
Pero estos dos personajes y, si contamos las novelas ligeras, Miki también (ya que tiene sexo con Touga), se someten sexualmente ante un poder muy superior. Al macho/Príncipe alfa si queremos decirlo así. Al verdadero hombre, que no adolescente, de la historia.
Este hombre es Akio Ohtori, hermano mayor de Anthy Himemiya, y persidente del instituto gracias a un compromiso matrimonial. Prácticamente desde el principio se nos muestra que no es trigo limpio. Poco a poco, con música, con colores, con escenas, vemos que algo no está bien en él. Es un hombre elegante, digno, atento, con voz y aspecto sexual, que escucha a Utena y le da consejos. Y tiene un coche. Esperad, esperad, no os riáis. Parece una tontería, pero los coches en Utena se relacionan con el mundo adulto. Si queremos reducirnos a lo simple, es tan fácil como decir que, una vez eres mayor, conduces. ¿Cuántas escenas hemos visto de chicos llevándose a sus novias a dar una vuelta en coche? Ser capaz de conducir significa libertad de movimiento, alcanzar un grado superior en la jerarquía. Una vez que eres adulto, eres un hombre que triunfa, ante quien las mujeres se rinden en suspiro, y ante todo, con un absoluto control de tu sexualidad —tanto con hombres y mujeres—.
Esa es la imagen que nos da Akio. Además, su propio diseño habla a gritos porque está envuelto en rojo, que en Utena equivale a poder. Akio es la repersentación de lo que sueña un niño que quiere ser un adulto: un hombre que siempre se sale con la suya, siendo cabrón pero ocultándolo y estando a salvo porque es mayor.
Akio siempre ha contado con la ventaja de la edad para dominar en términos de emociones a sus parejas o compañeros, en general todos inferiores bien porque su rol es femenino (es decir, sumiso) o porque son menores de edad. Pocas cosas hay tan turbias en esta serie como la seducción de Utena, que no podemos olvidar que tiene 14 años, o cómo abusa de su hermana Anthy. Yo incluiría, solo un peldaño por debajo, las numerosas escenas en las que aparece retozando con la bragueta abierta con Touga en una cama y cómo toma fotografías a este y a Saionji, en proceso de desnudarse, sobre su coche. ¡Que son menores de edad!
Akio es atractivo, y lo sabe y lo explota. Su apariencia y su comportamiento atrapan a los que hay a su alrededor en una red de la que es difícil escapar. Representa el culmen sistema de Ohtori: si no encajas, te expulsa, como hace con Mikage después de explotarlo a placer y manipularlo emocionalmente. Akio puede divertirse con Utena y decirle que su uniforme de chico es encantador, pero siempre haciendo crecer en ella el sentimiento de que él es el Príncipe y que ella pronto tendrá que dejar de jugar a ser un Príncipe y adoptar el rol que le corresponde: ser una Princesa.
Podría hablar de todos los ejemplos que da Akio de control y manipulación, pero me llevaría demasiado tiempo. Así que vamos a centrarnos en el sistema machista que ha creado en la Academia Ohtori. Ese que se basa en Príncipes, con él a la cabeza, y Princesas. Hemos dicho que a los que no encajan los expulsa, pero no es correcto del todo. El sistema tiene una salida para las mujeres. Si no se convierten en Princesas, entonces son Brujas. Son seres crueles que hacen daño al Príncipe y a las demás Princesas por negarse a existir de acuerdo a las reglas. ¿No es encantador? Y condena a ese papel de sufrimiento a Anthy durante quién sabe cuántos años. Dentro de nada entraremos a ello.
Así, chicos y chicas perpetúan el sistema, ya sea porque son las normas o por influencia directa de Akio. Touga declara que quiere ser como él. Saionji siempre copia a Touga, celoso y ansioso de estar dentro de los intereses de su amigo. Miki se deja seducir por las ideas de Touga o Saionji. De una forma u otra, los cuatro intentan, mediante manipulaciones o duelos, ganar por la fuerza a mujeres para usarlas para lo que ellos creen correcto. Es decir, vivir dentro del sistema que es el instituto Ohtori y que representa a la sociedad machista.
Un apunte interesante: Akio representa a ese protagonista masculino que siempre supera a la mujer en todas las historias —si Touga hubiera sido un interés romántico, en otro anime probablemente habríamos caído en la categoría de esas chicas que son más experimentadas a los hombres porque son maestras… Solo para que ellos aprendan y las superen, invirtiendo el rol inicial y restableciendo un orden más tradicional—. Ella es fuerte, pero no tanto como él. Al final él está al cargo, como dice al final de la serie: te has convertido en una persona fuerte para que yo te merezca. Está bien. Ya no necesitas nada más. Ya puedes ser una Princesa y dejar que te proteja, has demostrado que eres mejor que otras mujeres.
Es decir, Akio enseña y moldea a Utena para que sea digna de él.
¿He dicho ya que Utena deconstruye prácticamente todo lo que toca? Porque es de las primeras veces que veo a un personaje así convertido en villano. Y es maravilloso.
La ironía es que todo se debe a que quiere representar el rol de Príncipe. Pero un Príncipe es bueno, amable, comprensivo. Y Akio no es nada de eso, pero está demasiado ciego como para poder ver que no está cumpliendo más que un rol y que hay mucho más. Así pues, Akio es la demostración de que un rol no puede durar. Que las ideas infantiles se corrompen y lo que parece ser inofensivo (como la idea de un Príncipe) se convierte en algo machista, cruel y despiadado.
Sin embargo, estamos dejando algo muy importante para el final. Si quieres examinar un sistema, tienes que empezar por los oprimidos, sin los cuales, este no puede existir. Y el estereotipo machista más claro no es un hombre. No es Utena, ni tampoco es Juri, una lesbiana reprimida que sufre por las imposiciones heterosexuales de su alrededor, volviéndose contra las mujeres en vez de los verdaderos responsables, y cuyo desarrollo es maravilloso pero que debería dejarse para otro artículo. Es Anthy Himemiya.
La Princesa en apuros
Anthy es la Prometida de la Rosa, el premio que debe conseguirse para llegar al Palacio que flota en el cielo y que alberga en su interior el poder para Revolucionar el Mundo. Y, sin embargo, Anthy repite hasta la extenuación que no tiene voluntad. Acatará la de la persona que la haya ganado en duelo, sonriendo con una extraña disonancia que pondrá los pelos de punta a más de uno, y obedecerá sin importar que la golpeen, insulten o humillen.
Y cuando gane un rival, se irá con él sin mirar atrás.
Es un objeto. Es la princesa de los cuentos. Todo en ella habla de lo clásicamente «femenino». Delicadeza, sumisión, sensualidad. Anthy se extrae una espada del cuerpo, signo clásicamente masculino, en actitud desmayada y de ofrecimiento. Y no la usa porque se la entrega a su duelista. Ha renunciado a toda capacidad de hacer algo proactivo. Hay capítulos en los que Utena debe luchar para salvar a Anthy, en un clásico «¡tu princesa está en otro castillo!».
Cada una cumple su rol. Pero Anthy lo hace al extremo de la perfección.
Y por eso, los personajes femeninos, con la excepción de Utena —que tiene un rol masculino— la odian, la desprecian, la culpan, la persiguen, humillan y golpean en algún momento de la serie. Si los chicos se ven atraídos por ella, aunque no haga nada, es su culpa. Si no responde a los insultos, es odiosa. Si existe, está en el camino. Hay que matarla, hay que apartarla de su hermano porque acapara demasiado su atención. Y Anthy no hará nada. Bueno, parecerá que no hace nada. Porque en Utena las apariencias siempre engañan.
La serie dice una cosa pero deja que otros elementos digan la verdad. Ya hemos mencionado que el rojo en este universo significa poder. Si bien parece que Akio sea el representante absoluto de esta realidad, nos estaríamos engañando al creerlo. Es Anthy, cuando viste como Prometida de la Rosa, quien siempre va de rojo. Porque Anthy el personaje más fuerte de Utena. Pero no usa ese poder porque ese no es su rol. A pesar de que lo tiene dentro, por aceptar la máscara de la Prometida, no lo emplea.
La Princesa, al fin y al cabo, debe ser una criatura en apuros que suscite la compasión de los demás. Así es como va atrapando a Utena en el juego de Akio, aunque luego desarrolle sentimientos reales y puros por ella. Pero, al final, Akio no pretende permitir que Anthy sea la Princesa de nadie. En teoría, una Princesa es joven (Anthy no lo es), virginal (ya sea solo por culpa de Akio o porque cumple otras funciones, como se dice muy claramente en la película, con sus prometidos, Anthy tampoco lo es), noble (en el sentido casto y clásico de la palabra, Anthy no lo es) y amable (de nuevo, en el sentido clásico, Anthy no lo es).
Por eso, porque Anthy es una mujer y no una joven, puede fingir ser una Princesa y manipular a los demás obedeciendo a quien tampoco es un Príncipe. Los dos hermanos juegan a interpretar roles que perdieron hace mucho, mucho tiempo.
La Bruja debe ser sacrificada
El sistema de Príncipes y Princesas representa el Bien de este mundo. Lo correcto es que, aunque haya varios Príncipes que compitan entre sí, uno ostenta el verdadero poder y se ocupa de marcar ejemplo. Luego están las Princesas, que no tienen nada más que esperar a que las rescaten o guíen sus vidas. Al fin y al cabo, ¿qué es lo que busca una Princesa sino un Príncipe con el que deposarse?
Pero nada es perfecto en este mundo. Mientras que se asume que un hombre nunca podrá hacer algo malo, una mujer siempre tendrá una imagen pecadora que le indica el camino que no debe tomar. Esa es la Bruja. La Princesa que no fue rescatada. Seguro que con el auge de la película de Maléfica habéis visto mucho eso de Sometimes a Villain is just a Princess who has not been rescued.
Bien, Utena manda esa idea por el vertedero. Porque una Princesa, una Bruja, no necesita que nadie la rescate. Es una mujer condenada por el sistema por haberse atrevido a salir adelante por sí misma. Eso fue lo que hizo Anthy cuando se le exigió a un Dios al borde de la muerte que siguiera esforzándose, Anthy dijo basta. Aun a riesgo de hacer daño a su hermano mayor, decidió librarlo de las responsabilidades. Fingió haberlo escondido, le robó sus poderes, y se presentó ante la multitud para gritar que dejaran de buscarlo porque ya no podían seguir usándolo. A cambio de un gesto activo, la inocente niña fue empalada por innumerables espadas.
En términos metafóricos y filosóficos que se nos escapan de este artículo, el verdadero cuerpo de Anthy (que permanece encerrado en un ataúd) se convirtió en la diana del odio del mundo por interponerse entre él y el Príncipe que no asumía sus responsabilidades. Eso es lo que les sucede a las mujeres que se desvían de su camino. Deben ser castigadas y tomadas como un mal ejemplo a seguir, porque será un camino de innecesario y casi estúpido sufrimiento, un estigma para toda la eternidad.
Por tanto, no dejemos que Anthy nos engañe. No es que no sienta o no tenga voluntad, sino que ha adoptado el rol de Bruja (con Chuchu como su familiar) jugando a ser Princesa. Su personaje engloba el rencor incapaz de brotar que siente una mujer en una sociedad que la reprime hasta que no la deja respirar. Parece que no hace nada, pero sólo hace lo que se le permite: manipular las emociones de los demás (en concreto maltratar a la pobre Nanami con bromas crueles. Aunque puede que a partir de cierto punto solo tratara de lanzarle advertencias). Es el único poder que tiene y lo utiliza de tal manera que nunca se la hará responsable porque parece tan buena, tan ausente… Pero las víctimas de abuso a menudo se convierten en abusadoras. Sobre todo si no son capaces de abandonar el sistema.
Anthy, como demostrará, podría abandonar a Akio. No hay nada que se lo impida físicamente. Pero las dependencias emocionales a veces son más poderosas que las cárceles. Anthy ha acabado enterrada en su propio papel de malvada, aceptando un castigo que no le corresponde, ocultando su verdadero yo, que no vemos hasta el último capítulo. Por eso Anthy siempre habla de tal forma que sus duelistas puedan interpretar lo que quieran de sus palabras. Y lo hace a propósito. Porque, al final, ¿qué importan sus sentimientos? Así a su alrededor los personajes piensan lo que más les conviene, y reducen a Anthy al papel que ella interpreta. Utena es una de las que más hace esto pero su mérito es que, al final, consigue superar su ceguera. Pero hasta entonces, le ha hecho daño a Anthy de mil formas sin saberlo. Porque Anthy nunca dice nada. Ha asumido el dolor como parte de su ser.
Si eso no es comprender cómo funciona el machismo, que siempre culpa a la mujer de todo y hace que las mujeres se odien entre sí por la atención o las órdenes de hombres, entonces cerremos y terminemos este artículo porque no tenemos nada más de qué hablar.
Anthy personifica el clásico papel femenino, maravillosamente llevado. Pero, por suerte, Utena va mucho más allá.
Los Príncipes no existen
En general, todos los personajes de Utena son muy humanos, muy adolescentes a pesar de su aspecto, y recogen circunstancias dolorosas que permitirán que nos identifiquemos hasta cierto punto con ellos. Todos tienen partes desagradables y hermosas (incluso si cuesta verlas o no resuenan particularmente contigo). Pero coinciden en que dicen luchar por salir del sistema y Revolucionar el Mundo cuando lo que en realidad hacen es aferrarse más y más a él. Porque luchan por cosificar a una mujer, incluso si varias de las duelistas son mujeres; porque buscan una ilusión de eterna adolescencia donde no hay que aprender y puedes fingir que no ves el sistema. Y, aunque en general no tienen la culpa de sus sentimientos, sí que la tienen de sus acciones. Touga y Saionji en particular quieren parecer adultos y actuar como tal, pero sus acciones son la imitación de un «adulto» manipulador, cruel y que los descartará a la mínima que se le presente la oportunidad. No solo eso sino que imitan a un adulto que no deja de ser un niño que no ha podido crecer. Utena se niega a ver la realidad, se deja llevar por los sentimientos hasta el punto de traicionar de forma horrible a personajes amables, por inexperiencia, egoísmo… y porque caer en el rol de la Princesa es muy tentador. Es decir, se encierran ellos solos, como comenta Saionji, en su propio ataúd.
Los personajes pecan siempre de lo mismo: para que no les hagan daño, van de un extremo a otro. Amar con toda tu alma u odiar para siempre. Ser masculino, ser femenina. Ser un Príncipe, ser una Princesa. Utena está en medio, no sabe qué debe escoger. No se le ocurre que haya un punto medio. Incluso al final, cuando promete ver a Anthy como una persona, en cuanto se pone en duda su integridad vuelve a gritar que ella es un Príncipe, que no la confundan con una Princesa. Se vuelve a refugiar en un rol de género más favorable mientras intentan encasillarla en la de Princesa o Bruja.
Siento no haber podido ser tu Príncipe.
Al final, nada de eso sirve. No es hasta que Utena va más allá de lo superficial y encuentra a Anthy, encerrada en su propio ataúd, y la libera, que es capaz de Revolucionar el Mundo. Cuando olvida las apariencias y, en vez de salvar a la fuerza a Anthy, le suplica que salga del ataúd y tome su mano. Y solo en ese momento, al tiempo que escapa el poder de Dios y Anthy, por propia voluntad, extiende la mano, empieza la Revolución.
Porque no sirve de nada salvar a alguien sin comprenderle y sin que esa persona no busque salvarse por sí misma.
Porque para seguir viviendo, hay que graduarse y dejar atrás el lugar atemporal que es Ohtori cuando te vuelves consciente de que eres un individuo. Eso es lo que le sucederá a Utena. Desaparecerá de Ohtori y seguirá viviendo más allá, graduada y preparada para salir adelante. Herida y cansada, pero sin estar atada a un mundo de roles donde estaba condenada a ser un instrumento más en manos de un hombre.
Utena grita que el machismo es infantil, cerrado y predominantemente ciego. Es un juego que te toca interpretar porque, como en una obra de teatro, tienes que ponerte una máscara. Gran parte de los planos de Utena nos sitúan en ambientes griegos, de teatro, donde los estudiantes que son del montón comentan los ideales a los que deben aferrarse los protagonistas… Siempre desde lejos. En Utena todos son actores. El machismo es el papel del Príncipe; la Princesa reconoce el sistema y la Bruja, perseguida y castigada, lo perpetúa en su papel de Prometida.
Y solo en la conclusión final, agridulce como solo puede serlo el paso al mundo de los adultos, comprendemos que el ideal del Príncipe no puede triunfar. Utena lo demuestra. Las espadas del odio la persiguen por tener características de Príncipe, pero destruyen esa idea porque no hay una magia que le dé el poder para salvar a una persona herida como Anthy. Un Príncipe no es un ser humano, igual que tampoco lo es una Princesa. Para madurar, hay que dejar esas cosas de lado, desnudarse y prepararse para hacer y recibir daño… Y convertirse en un adulto. Algo que nunca será Akio, siempre buscando el poder dentro de un sistema que somete y destruye a los demás.
Un Príncipe no es más que una ilusión, como todo lo que maneja Akio. Es cosa de niños. Actuar y fingir no nos va a proteger siempre ni nos va a dar lo que queremos.
Y cuando un personaje como Anthy por fin lo comprende y adquiere la libertad con una sonrisa de liberación… ¿Qué le queda al hombre machista, arrogante, sexual y seguro de sí mismo? Que, sin una mujer a la que dominar, no es nadie. Solo un niño jugando a ser adulto. Porque los Príncipes no existen… y tampoco las Princesas.
La pregunta es: ¿quién eres? ¿Un rol predeterminado o una persona?