¡Bienvenidos a esta nueva sección de manos de una nueva colaboradora, Tanis! Golden Kamuy ha sido un descubrimiento sorprendente para mí. No suelo interesarme mucho por el manga en general y me cuesta leer cosas nuevas, pero oh, cuidado si me gustan, que igual lo exprimo hasta la saciedad. Me pasó con Shingeki no Kyojin, aunque el desencanto (y el enfado) que me produjo el final mató cualquier ánimo de escribir nada para Mistral. Golden Kamuy, por el contrario, impulsó mi ansia de hablar de sus temas y personajes desde el principio.
En un inicio planeé escribir sobre la historia por tomos, pero después de una segunda y tercera relecturas más tranquilas, me di cuenta de que había capítulos con sustancia suficiente para hacer artículos completos. Así que al final decidí tomar ejemplo de Suzume y analizar capítulo a capítulo, con tranquilidad y calma. Aunque no descarto que algún artículo sí aúne dos o tres capítulos si estos contienen menos chicha.
Por supuesto, habrá spoilers de todo el manga.
Si no habéis leído el mismo os recomiendo que lo hagáis, porque disfrutaréis los artículos muchísimo más. Si no os apetece y aún así preferís leer los artículos primero, ¡sin miedo! Voy a contaros casi todo de pe a pa. Eso sí, Golden Kamuy aún no ha terminado a día de hoy (le queda el tramo final), y puede que se me escapen algunos detalles que serán relevantes en el futuro o que me retracte sobre cosas que haya dicho. Además habrá gore, temas sensibles y mucha turra sobre curiosidades históricas.
¡Quedáis advertidos!
“Nada cae del cielo sin una razón”
Proverbio ainu
Golden Kamuy nos arroja a la guerra en su primera página. En el volumen físico, colores rojo y turquesa tiñen la Colina de los 203 metros (Colina 203 para abreviar). Un cartelito nos concreta un año: 37 de la Era Meiji. O lo que es lo mismo: 1904 del calendario gregoriano.
Para los poco entendidos en historia japonesa, es el año del Asedio de Port Arthur, hoy Lüshunkou, uno de los escenarios más cruentos de la Guerra Ruso-Japonesa.
Este es uno de los muchos conflictos derivados de la apertura al mundo de Japón, ya que, hasta hacía bien poco, el país se encontraba aislado política y económicamente bajo un régimen feudal anticuado y de autarquía: el shogunato. Una vez occidente metió mano en la zona y obligó a los japoneses a ponerse al día, sucedió lo normal: el país quiso recursos y expandirse. Y para eso hay que dominar a tus vecinos.
Esta guerra, como gran parte de los conflictos de finales del siglo XIX y principios del XX, es una de las muchas piezas que irán allanando el camino para la Primera Guerra Mundial y más tarde, para la Segunda.
Pero todavía nos falta bastante para eso, así que basta con deciros que Rusia necesitaba un puerto que diese al Pacífico y cuyas aguas no se congelasen en invierno. Y a Japón le interesaba este estratégico punto para mantener su control exclusivo sobre Corea. El conflicto estaba servido, así a grandes rasgos y resumiendo muchísimos antecedentes más complejos.
La Guerra Ruso-Japonesa estalló el 8 de febrero de 1904 y duró hasta el 5 de septiembre de 1905.
Con esto en mente, se nos presenta al que, en principio, es nuestro primer protagonista, Sugimoto Saichi: un soldado lleno de cicatrices en la cara, que pone a punto su rifle y le coloca la bayoneta. Y que espera en la trinchera junto a muchos otros soldados. Él, coloreado de rojo, los demás, de azul. ¿Es sólo para señalar quién es el personaje importante, o una manera poco sutil de decirnos que él puede ser el único superviviente de entre todos los demás? ¿O ambos?
¿Sabías que… Satoru Noda se basó en su bisabuelo, Sugimoto Saichi (sí, sí, el mismo nombre) y sus experiencias en la guerra ruso-japonesa para crear al protagonista?
Los soldados siguen esperando. Las primeras palabras de Sugimoto evocan las malas condiciones en las que se encuentran: tienen hambre, tanta que devorarían a un ruso muerto si con eso pudieran aplacarla. Pero inmediatamente después anuncia que no piensa morir allí. Se da la orden para cargar, todos salen de la trinchera a la carrera. No da tiempo ni a que den dos pasos, una andanada de balas acribilla a los soldados. Sugimoto recibe un balazo en el cuello, a todas luces, fatal.
La batalla de la Colina 203, entre otras muchas de aquel asedio, fue un tira y afloja horrible, una carnicería en la que los japoneses ganaban terreno para luego perderlo, teniendo que dejar atrás a sus muertos y heridos en el campo de batalla, a merced de los rusos. Pero no es sólo que fuese una carnicería porque todas las guerras lo son, sino porque la mentalidad de los oficiales y su forma de enfocar una batalla se habían quedado obsoletos, y no tomaban en cuenta consejos de mandos inferiores, más en contacto con el frente real.
¿Qué sentido tiene cargar desde una trinchera una y otra vez cuando sabes que los rusos tienen ametralladoras? ¿Por qué no formar y utilizar un comando entero de francotiradores para eliminar objetivos desde posiciones seguras? No será la primera vez que se nos den pistas de la negligencia de muchos mandos superiores, anclados en viejas tácticas. O de que los soldados supervivientes, muchos de los personajes a los que seguiremos, aún guardan rencor, tanto a superiores concretos como al gobierno en general, por la muerte de sus hermanos de armas.
Sugimoto se niega a convertirse uno de esos muertos. A pesar de su herida, saca fuerzas de flaqueza y carga contra el enemigo. Llega incluso a meterse en las trincheras rusas, presa de una furia que parece sobrenatural. Así a puños, disparo de rifle y bayoneta, Sugimoto lucha…
Creo que es digno de mención el que el autor decidiera que lo primero que quería mostrarnos de uno de sus personajes principales fuera su forma de pelear, tan feroz y sanguinaria. Una que asociaríamos más a un antagonista que al héroe de la historia, ¿no? Sin embargo, tenemos que tener en cuenta la situación en la que se encuentra. Herido y hambriento, le han ordenado cargar de forma suicida contra el enemigo. Está viendo cómo todos los que le rodean son abatidos con suma facilidad, sin duda compañeros de pelotón, puede que amigos. Pensad que esto no es la primera vez que ocurre, sino que llevan meses así.
Lucha como una bestia, sí, pero lo hace por su supervivencia, no porque esté sediento de sangre o sea cruel. No está disfrutando, sólo quiere sobrevivir desesperadamente.
Este recuerdo asienta uno de los pilares del manga: la guerra y sus consecuencias, que influyen y marcan muchos de los acontecimientos, acciones y trasfondos de los personajes, con una clara crítica antibélica. Aunque no sólo se nos mencionará la guerra contra los rusos, ya que la historia está llena de política y de las consecuencias de conflictos anteriores, como la Guerra Boshin y la Primera Guerra Sino-Japonesa.
A lo largo de los capítulos se nos recordará, una y otra vez, cómo la guerra destroza a miles de personas, y cómo cambia a la gente, que luego es incapaz de volver a ser lo que era y reinsertarse en sociedad.
Pero avancemos un poco más.
Alguien le llama, y Sugimoto vuelve al presente.
Noda nos enseña el paso del tiempo. La herida de bala del cuello está curada y Sugimoto lleva el pelo muchísimo más largo de lo que permiten en el ejército. Es decir, que ha transcurrido algún tiempo desde el recuerdo de la Colina 203, aunque no tanto como para que la guerra sea algo excesivamente lejano. Más tarde se señala que el chico acaba de volver del frente. Esto nos puede hacer pensar, como a mí, que han pasado meses o, como mucho, un año desde el fin de la guerra. Pero no es así. Noda nunca lo específica, así que tenemos que investigar un poco en la web oficial. Así podemos situar el tiempo cronológico del inicio del manga a principios de 1907.
Pero, aunque la guerra haya terminado y Sugimoto ya no pertenezca al ejército, el hecho de que aún lleve la gorra reglamentaria, cuando no tiene por qué, es una analogía de cómo no ha dejado la guerra atrás, de que ser soldado es todavía su verdadera naturaleza, y que parece estar atrapado en esa identidad.
Eso, o no ha querido desprenderse del único recuerdo físico que conserva de Kikuta, el hombre que le salvó de la cárcel, y posiblemente la indigencia, en Tokio. Pero quiero pensar en lo primero, ya que cuando otros personajes reniegan del estatus de soldado, no dudan en utilizar el gesto de quitarse o destruir la gorra para demostrarlo. Y dudo que Kikuta existiera en la mente de Noda al inicio del manga, la verdad.
El hombre con el que Sugimoto parece viajar, Gotō, le identifica rápidamente como Sugimoto el Inmortal (en japonés ‘Fujimi no Sugimoto’ (不死身の杉元 [Literalmente: “Sugimoto, el que no muere”]). Un héroe de guerra del que se dice que luchaba como si estuviera poseído por un demonio (la mayoría de scans digitales lo traducen como demonio genérico (demon en inglés) o El Demonio (the Devil himself).
Las asociaciones de los personajes importantes con lo sobrenatural son recurrentes y beben mucho de la mitología y cultura japonesa y ainu, evidentemente. En traducciones las inglesas y españolas, sin embargo, se pierde el nombre de la criatura concreta con la que la narrativa y otros personajes (sobre todo el teniente Tsurumi) identifican a Sugimoto más adelante.
En japonés aparecen estos caracteres:
鬼神
‘Kishin’ (“Demon god”/“Ogre god”)
Un kishin es el nombre que se le da a las deidades iracundas dentro del budismo japonés, aunque he leído tantas versiones que ya no sé si se categorizan dentro de los oni o no. Representan comportamientos violentos y bestiales, dejados llevar por la furia y la ferocidad. Por supuesto, no podemos utilizar nuestros juicios de valor occidentales con estos espíritus. No son inherentemente malvados, aunque puedan parecernos monstruos y estar asociados a características negativas. Tienen más que ver con lo salvaje, con fuerzas de la naturaleza imparables.
Encaja bastante bien con la forma tan directa y animal de pelear de Sugimoto. Lejos de ser tonto, piensa y planea, pero en ocasiones pierde la cabeza para lanzarse al combate con toda su furia sin importarle las heridas sufridas. Por lo mismo puede recordarnos a los berserker nórdicos. Incluso se le nubla la vista, se le dibuja con rastros de energía que le salen de los ojos o con muecas siniestras y feroces.
Todo por sobrevivir, es el trauma que se le ha grabado a fuego.
Irónicamente, y como sí ocurre con otros personajes, Sugimoto no busca la muerte. Como siempre clama, él es Inmortal y va a sobrevivir. Algo que, más adelante, descubriremos que no se trata de un trauma de guerra. A pesar de por todo lo que ha pasado, tiene aún motivos para seguir adelante. Y encontrará otros nuevos por el camino, a lo largo de su viaje del héroe.
A Noda le gusta mucho, muchísimo, plasmar landscapes en viñetas de cabecera, ocupando todo el ancho del tomo. Tengo entendido que muchas son incluso añadidos posteriores a la publicación del correspondiente capítulo en la revista, y que los hizo para la impresión del volumen. Se nota, porque tienen un nivel de detalle brutal. Así que suele utilizar este recurso para enseñarnos cómo es el lugar por el que viajan los personajes, cómo de accidentado es el terreno, qué tiempo hace o los animales con los que se pueden cruzar. Alguna que otra vez, incluso, lo usa para localizaciones muy concretas o que avecinan algo posterior. En otras, son hasta meros simbolismos.
¡Pero prosigamos!
Sugimoto necesita dinero, mucho y rápido. Se suponía que buscar pepitas, polvo incluso, de oro en Hokkaido sería sencillo, que todavía quedaría algo para los aficionados como él. Cazar para vender las pieles no le sirve, tardaría mucho, una pista de que tiene mala puntería.
Las fiebres de oro constituyen buena parte de la cultura popular del siglo XIX, e incluso de principios del XX. Y no sólo fue algo de Estados Unidos, también se dio en lugares tan dispares como México, Australia, Canadá, Argentina y Japón. En realidad pocos mineros y batidores se hicieron ricos, mientras que los empresarios y comerciantes (como siempre), fueron los que hicieron fortuna de verdad.
Se nos da un pellizco más de información: que ha viajado desde Tokio expresamente para hacerse rico, que es una necesidad imperiosa y que, como veterano, debería tener cierta pensión, peeero si no la tiene es porque casi mató a un oficial superior que le sacó de sus casillas.
Atacar a un oficial superior era, y sigue siendo, un delito muy grave. Así, podemos pensar que a Sugimoto le tienen que tener en muy alta estima como soldado para que no le hayan metido en un consejo de guerra y encarcelado, o ejecutado. Eso y que, como veremos, era demasiado popular entre los soldados como para que su muerte no lo convirtiera en un mártir para los descontentos con el régimen.
Gotō, que ha estado observando los pobres intentos de Sugimoto de escarbar en el río, está borracho como una cuba. Apiadado de su frustración, le cuenta una historia.
Hace mucho tiempo, un grupo de ainu acumuló una fortuna de pepitas de oro, fondos para comprar armas y acabar así con la persecución a la que los sometían los japoneses. Entonces un hombre se hizo con el tesoro y mató al grupo de ainu que lo custodiaba. Después lo escondió en algún lugar de Hokkaido y fue capturado antes de que pudiera decirle a nadie dónde estaba el oro. Le encarcelaron en la prisión de Abashiri y le condenaron a muerte.
Pero parece que tenía un cómplice en el exterior al que quería informar del escondite. No escribió carta alguna, los guardias la habrían confiscado, todo el mundo andaba buscando el tesoro. Hasta le cortaron los tendones de un tobillo para que no pudiera huir. Así que cifró toda la información en los tatuajes que le hizo a sus compañeros del corredor de la muerte. Dijo que sólo una persona del exterior podía descifrar la clave, para que ninguno de los presos se lanzase a la búsqueda por su cuenta.
Cuando todo estuvo listo, les dijo: escapad. Le daré la mitad del oro a quien consiga hacerlo.
No os extrañéis si luego encontramos contradicciones, porque esto es lo que Gotō sabe y cree que es verdad. Y nos lo está contando todo borracho. Obviamente no es un narrador fiable. Poco a poco iremos reuniendo más datos que nos ofrecerán un cuadro más completo de la situación.
Gotō añade que sólo se puede descifrar el código si se combinan los tatuajes. Pero no tiene ni idea de cómo, así que nosotros asumimos de momento que sólo hay que reunirlos. Y otro detalle importante: los presos no escaparon por sí solos. Una facción renegada del ejército se los llevó para tener ocasión de descodificar los tatuajes. Así que al menos los militares andan detrás del tesoro. Esa fue la oportunidad que andaban esperando los convictos. Mataron a la unidad que los trasladaba y se desvanecieron en los bosques de Hokkaido. Nadie los ha visto desde entonces, ni a ellos ni al tesoro.
A lo largo de este relato, Noda nos ha ido enseñando la prisión de Abashiri en sus viñetas, además de imágenes lejanas y sin rostro (jé) del ladrón, el resto de presos, y de cómo se hicieron los tatuajes. Todo envuelto en sombras y rodeado de misterio. Escenarios y personajes que de momento no son relevantes más que como plot points, aunque bastantes de ellos serán muy importantes en el futuro.
La prisión de Abashiri aún funciona a día de hoy, aunque sólo admite individuos con penas inferiores a diez años. Cuenta con un museo cerca del monte Tento, hecho con las partes antiguas de la cárcel. Es el único museo carcelario de Japón.
Tras el estreno de la película Abashiri Prison, de 1965, y sus secuelas, se convirtió en un destino turístico muy popular.
En el manga, es una de las prisiones de alta seguridad más modernas (para la época) del país y resulta imposible escaparse…
Para Sugimoto, todo esto suena a historia de viejas y no se traga ni por un segundo el cuento y dice con sarcasmo que lo siguiente sería que el intentara convencerle de que los lobos de Hokkaido (en teoría extintos por esa época ya), todavía andan por ahí. Pronto descubriremos que estos cuentos no son tales.
—Cuando acabe la guerra, Saichi… Tienes que venirte conmigo.
Ah, de nuevo los recuerdos de guerra empañan sus pensamientos. Ateridos por el frío en las trincheras, rememora a Toraji, su amigo de la infancia. De él resultaba ser la idea de ir a Hokkaido en busca de oro para tratar la creciente ceguera de su esposa, Umeko, y llevar a su hijo a la universidad cuando este sea mayor.
Así tenemos la razón real por la que está en Hokkaido. Sugimoto no quiere el oro para él, sino para otras personas que cree que le necesitan. Todavía no sabe, ni sabrá en más de doscientos capítulos, que Umeko se las está apañando bien por su cuenta, aunque nosotros lo averiguaremos más tarde. Pero esto nos sirve para darnos cuenta de una cosa que tiene que ver con los militares descontentos y con cómo se han hecho las cosas en el frente:
Qué pasa con los soldados después de la guerra.
Tal y como comenté con Suzume en una ocasión, el trato, en su mayoría nefasto, que se le da a los veteranos de guerra es otro de los temas recurrentes en la historia, uno que influye en muchos de los personajes y que determina gran parte de su psique. Pronto, pronto, los conoceremos.
Toraji incluso ha echado cuentas de cuánto le costaría enviar a su esposa a Estados Unidos para recibir tratamiento: 200 yenes. Unos 20 millones de yenes actuales. El doble, si él va con ella. Muchísimo dinero que tardaría demasiado en reunir, a no ser que encontrasen un poco de oro.
Entonces Toraji hace un comentario extraño, la viñeta se ensombrece y se oculta su cara. Llora, y le pide a Sugimoto que cuide de Umeko por él.
Y el recuerdo se vuelve pesadilla.
Sugimoto rememora la muerte de su amigo de infancia, destripado, desmembrado y sentado sobre un mar de sangre donde flotan y se hunden muchos otros soldados destrozados.
Sugimoto es una pequeña vuelta de tuerca al tropo del Veterano de Guerra. Es joven, no se encierra en sí mismo (no mucho, porque pesadillas tenemos para un rato) y no se ha vuelto un gruñón desagradable que reniega del trato humano. Pero no ha regresado a la vida normal.
Sufre, además, de La Culpa del Superviviente. Sobre todo por la muerte de Toraji, pero… ya veremos que no sólo se siente así con respecto a la guerra.
En aquella época ni siquiera se contemplaba que un soldado pudiera sufrir PTSD. Todavía faltan ocho años para que estalle la Primera Guerra Mundial, y será entonces cuando los médicos empiecen a tomarse el tema más en serio (y tampoco mucho). Noda no tiene miedo de plasmarlo en su historia, al igual que muchas otras enfermedades mentales. Aunque, con todo, ya iremos desgranando que a veces estas no están tan bien representadas como deberían estar.
Toraji, ya sin rostro visible, clama que no puede volver a Japón, a casa. Se hunde en el mar de sangre poco a poco. Sugimoto grita, le suplica que no se vaya, que no deje a su esposa viuda.
Sugimoto despierta.
Se había quedado dormido, pensando en el oro y en por qué había ido a buscarlo. Nosotros atamos los cabos. Podría haber ayudado a Umeko y al hijo de Toraji con su pensión de héroe de guerra, o con su sueldo si hubiera seguido de soldado…
Pero cometió el error de atacar a aquel oficial superior, un hecho que a día de hoy no ha vuelto a mencionarse en el manga, quizá porque no es tan importante o porque Noda se olvidó de ello. Quiero inclinarme hacia lo primero porque el autor tiende a utilizar muchísimos detalles o lagunas dejadas a propósito para rellenar el backstory de los personajes con cosas importantes más adelante. Igual en el futuro se recoge este detalle, quién sabe.
Así que, tan pobre como antes de la guerra, se fue a Hokkaido a seguir el plan de su amigo. Y no está teniendo suerte, los recuerdos le atormentan y el tiempo corre.
Tras la Guerra Ruso-Japonesa, las relaciones diplomáticas entre Japón y Estados Unidos fueron en detrimento. Ya en esos años los estadounidenses veían con mucho recelo las ansias expansionistas de los japoneses.
Aparte de que era la primera vez que un país asiático (o sea, considerado no caucásico, porque Rusia es más asiática que europea) ganaba a un imperio como lo era Rusia. Y eso les asustó y propició gran parte de los choques futuros en el resto de guerras que salpicaron el siglo XX.
Quizá se nos podrían ocurrir muchas otras opciones para ganar dinero en aquella época, quizá no. No dudo de que las cosas estaban muy mal, como siempre, y que las fiebres del oro se alimentaban precisamente de la necesidad de estas personas. Si necesitas dinero rápido, parece más fácil buscar en los lechos de los ríos que dejar que te esclavicen en una fábrica o en el campo. Además, aún no lo sabemos, pero Sugimoto tiene otros motivos para no regresar a su pueblo natal.
¡Sigamos!
Cuando Sugimoto despierta, Gotō, con cara de loco, le está apuntando con su propio rifle.
—He dicho demasiado.
Sin inmutarse, Sugimoto aparta el cañón del arma, y reta al hombre a descubrir si realmente es inmortal. Es un detalle curioso que su primer impulso no sea atacar a quien le amenaza, como sí hace en múltiples ocasiones. Puede que simplemente se esté chuleando y no considere al hombre tan peligroso. ¿Y por qué Gotō no dispara? Bueno, es obvio que no está acostumbrado a usar armas de fuego. No es, ni ha sido, militar, y también le asusta enfrentarse al chico. A la leyenda hecha carne.
Aprovechando sus titubeos, Sugimoto coge una roca, le golpea la cara y se hace con el arma.
Incluso si ha empleado más fuerza de la necesaria, Sugimoto podría haberle matado sin más, pero es buena persona y ha preferido darle un buen susto. Gotō ha tenido suerte de no provocarle un ataque de pánico al chico, como sí pasará en otras ocasiones con algunos de los demás personajes, y que este se defendiese sin pensar. Así, desarmado y herido, Gotō huye, perdiéndose por el bosque. Sugimoto observa y especula sobre él: Igual hay algo de verdad en la historia del oro, por cómo ha reaccionado incluso estando tan borracho. Aunque aún es mera especulación, claro.
Sugimoto vaga por el bosque, rifle en mano, buscando a Gotō para que le cuente más, pero, a cada momento que pasa sin encontrarlo, termina por desesperarse un poco. No quiere permitirse dejarlo ir, ya que Gotō podría regresar por él durante la noche e intentar matarlo de nuevo. ¿Entonces para qué le dejas huir, muchacho? Podrías haberle dejado fuera de combate bien y haberle atado, o algo.
Aunque claro, entonces no habría tenido que perseguirlo y no se daría el episodio del oso. Así que Sugimoto se justifica:
—Es matar o que te maten.
Esta será la primera vez, pero no la última, que nos encontraremos con estas palabras, propias de quienes viven o han vivido en contacto estrecho con la muerte. Es una manera muy simplista de justificar la acción de matar. O de intentar comprenderla de una forma más sencilla.
Es decir, es un mecanismo de defensa. Ejemplos comunes podrían ser los náufragos o alpinistas atrapados que terminan canibalizando a sus compañeros. Lejos de una sociedad que establece normas rígidas acerca de quién puede matar (las autoridades), asesinar en defensa propia está permitido… aunque tenga consecuencias.
A Sugimoto, desde luego, me lo imagino repitiendo este mantra durante toda la guerra, y más allá, una manera de lidiar con el trauma y el tener las manos manchadas con tanta sangre: he matado a otras personas, pero es que si no lo hubiera hecho, ellas me habrían matado a mí. Tenía todo el derecho de defenderme.
Con todo, nunca llegamos a saber si Gotō habría regresado a por él para silenciarlo, ya que nos lo encontramos enterrado en la nieve.
Es bastante frecuente que, caminando bajo árboles tras una nevada, se te caiga un montón encima y necesites ayuda para salir. O que incluso te mate. El peso, las ramas, el shock térmico, Sugimoto sabe lo que es pelarse el culo de frío hasta casi la muerte. Y yo diría que es bastante evidente que el hombre muy vivo no anda, pero el muchacho, tan determinado como estaba de matarlo para defenderse, no duda en lanzarse a desenterrarlo y prestar ayuda.
En un manga que quisiera funcionar de verdad con absolutos de matar o que te maten, Sugimoto le habría disparado para asegurarse de que no se levantaba. Sin más. Pero al igual que cuando Gotō le apuntó con su propio rifle, Sugimoto muestra que a pesar del trauma, esta no es una historia de blancos y negros.
Sugimoto sólo ataca a matar para defenderse, para defender a otros, o cuando algo activa malos recuerdos y se le va la olla.
Es curioso cómo se nos presenta esta línea de pensamiento: sobrevive a toda costa, mata antes de que te maten a ti, haz lo que sea para lograr tus objetivos. Y por contra el manga entero está salpicado de personajes rotos por la muerte y el dolor, capaces de mostrar bondad y amabilidad hacia otras personas en momentos de crisis en los que prima su propia supervivencia.
Incluso los personajes que más cerca están de catalogarse como villanos tienen consideración, conflictos de interés, protegen niños y personas desvalidas y evitan el asesinato gratuito.
Golden Kamuy no cae en el gore fácil, el morbo. Aunque igual pensáis que me estoy contradiciendo, porque hemos visto un personaje desmembrado y con las tripas fuera, y ahora…
Sugimoto termina de desenterrar a este hombre y descubre que no tiene tripas. No parece impresionado, ni asustado (ni le saltan malos recuerdos, vaya)… hasta que ve la huella de oso. De repente se le nubla el rostro, con un gesto de sudor frío y terror. No es para menos, los osos pardos son peligrosos. Más si están hambrientos. Más aún, si han enterrado una presa para más tarde.
Un cartelito nos explica (los cartelitos explicando cosas, costumbres o detalles culturales, son recurrentes. En ocasiones ayudan y son interesantes, en otras Noda se pasa de la raya) que los osos pardos entierran todo lo que no se puedan comer de una sentada, y que es su manera de indicar que eso no se toca.
Sugimoto no sabe nada de esto, por supuesto. De saberlo, ni se habría acercado al montículo, o al menos habría vuelto a enterrar el cuerpo y rezado para que el oso no siguiera su olor para vengarse por haberle tocado la comida.
Así, nos damos cuenta de que Sugimoto, obviamente, no lo sabe todo. Puede haber sido soldado y ser diestro en combate, pero no es un cazador (no es un matagi, a quienes ya conoceremos más adelante), y no tiene ni idea de cómo rastrear a alguien por el bosque, de cómo desplazarse o cómo funciona la vida animal. En esas cuestiones es inexperto, como cualquier otra persona urbanita. Y lo paga hasta que le enseñan debidamente.
Tenemos que recordar que este es un manga histórico, y que salvo ciertas licencias que sirven al curso de la historia, ciertos plot armor y los gags de comedia, los personajes deben tener mucho cuidado con lo que hacen. Si te pierdes por el bosque en invierno, probablemente mueras de frío. Si no sabes cómo encontrar comida o agua. lo mismo. Y los personajes se despistan, se quedan sin munición, se les rompen las cosas, dejan huellas, se ponen enfermos o les hieren, y se quedan jodidos. Si no tienes ese cuidado, puedes palmar.
Survival tip del día: nunca comáis nieve aunque os estéis muriendo de sed. Vuestro cuerpo gastará más energía intentando derretir la nieve que en aprovechar el agua resultante. Y moriréis antes de frío.
De modo que, fuera de su zona de confort, Sugimoto se olvida, convenientemente para la trama, de su instinto de supervivencia. Se detiene a examinar el cuerpo, determina la causa de la muerte y… descubre una cosa.
¡Parece que la historia de los tatuajes y el tesoro era cierta!
Me resulta muy gracioso que, ante el hallazgo, Sugimoto mire a los lados para ver si alguien más ha visto u oído algo, como si no supiera que está solo en medio del bosque. Y no pierde tiempo, se carga el cadáver a la espalda para llevarlo a otro lugar y poder echarle mejor ojo al tatuaje… sin pensar que a lo mejor el oso le puede seguir. De repente está mucho más animado, habiendo descubierto la primera pieza que le llevará a lo que necesita: dinero. Es un segundo ínfimo de gloria, un respiro.
De repente cruje una rama, Sugimoto descubre a un osezno subido a un árbol.
Al menos sabe lo que eso significa: donde hay un cachorro, su madre andará cerca. Y, efectivamente, una osa ruge de pronto a dos pasos de él. La cara de terror de Sugimoto es exquisita. Aún así, consigue mantener la cabeza fría y echa mano de su rifle… que se ha enganchado por la correa a la pierna del muerto. La osa carga, alza una zarpa y Sugimoto se resigna a lo peor.
Los osos pardos poseen una considerable fuerza, resistencia y velocidad. Son capaces de perseguir hasta la extenuación a un ciervo para matarlo. Incluso hay testimonios de que un oso le siguió el ritmo a un camión que circulaba a 60 kilómetros por hora.
Si hay otra cosa que tiene Sugimoto, es suerte. Podríamos hasta decir que cuenta con un fuerte Plot Armor de manos del autor, y que no morirá hasta no cumplir con su viaje de redención (que da para otro artículo aparte), porque llega un punto en que Sugimoto ya no es necesario para la trama. Ya hablaremos de ello en artículos posteriores. Solo quiero añadir que lo de la suerte no es solo impresión mía, el autor es consciente de ello y varios personajes lo mencionan. En fin, que Sugimoto se salva de morir porque resbala por un terraplén justo cuando un oso le va a arrancar la cara.
Claro que el animal no se rinde, y salta tras Sugimoto. Todo pasa muy rápido, no hay tiempo ni de levantarse del suelo. Podría haber sido su final, pero de súbito una flecha se clava en el cuello de la osa y la salvadora de Sugimoto, Asirpa, entra en escena.
Esta niña, a la que Sugimoto identifica de inmediato como una ainu por su vestimenta tan distintiva, se enfrenta con una increíble sangre fría a la bestia a la vez que indica a Sugimoto que se aparte, porque ha envenenado al oso pero este podría dar aún diez pasos antes de morir.
Los ainu son un grupo étnico indígena de Hokkaidō y el norte de Honshu, en la parte septentrional de Japón, así como de las islas Kuriles y la mitad meridional de la isla de Sajalín en Rusia. Se diferencian del grupo étnico mayoritario de Japón, los Yamato, en que tienen mucho más vello corporal, y su pelo es normalmente negro.
Al final la osa muere entre estertores y, cuando Sugimoto pregunta, Asirpa explica (a nosotros y a Sugimoto, una tendencia del manga constante) que ya no tiene el pelo erizado. Resalto este particular detalle porque más adelante el autor usará este recurso con algunos personajes, o como conocimiento aprendido
Asirpa empieza a cortar la piel alrededor de la flecha, explicándonos que de no hacerlo, el veneno estropeará la carne y la piel y no podrá aprovechar nada. Acostumbraos, porque a partir de ahora entramos en el maravilloso mundo de Asirpa, que hará de enciclopedia andante para que aprendamos todo sobre las costumbres ainu.
La niña está todavía en guardia ante un extraño a pesar de haberlo salvado. Se muestra directa, seria, no bromea ni le toma el pelo por haber sido descuidado. Aún no lo sabemos, pero lleva cinco años cazando por su cuenta en el bosque, sin supervisión de su familia adulta. En capítulos posteriores nos contarán que la cultura ainu posee unos roles de género muy estrictos y marcados, y que Asirpa no los sigue. No por rebeldía y desprecio a las tareas de mujeres (ya que ella respeta muchísimo el modo de vida ainu), si no por educación de su padre y considerar esos roles anticuados para la nueva era en la que están. Recordad que acabamos de entrar en el siglo XX.
Esto, aunque pueda parecer cliché, el de la niña especial, tiene su porqué, y es muy importante para la trama. Nunca se nos dice que otras niñas no puedan seguir su ejemplo o hacer las mismas cosas, ni los adultos le dan mucha más importancia salvo para comentarlo la primera vez porque lo que sienten en verdad es pena por ella, y por lo solitaria que ha elegido estar.
Continuando con el capítulo, Asirpa se da cuenta del cadáver que Sugimoto carga (me encanta su total falta de sorpresa) y Sugimoto le explica que le ha encontrado con las tripas devoradas, que la osa le enterró en la nieve para después. Asirpa se extraña. ¿Osa? Sugimoto comenta que hay un osezno subido a un árbol y que su madre salió del agujero de debajo de dicho árbol. Asirpa se extraña más. Algo no anda bien, no encaja.
Mientras le raja la tripa al animal, dice que un oso recién salido de hibernación no come, porque tiene el estómago encogido y debe esperar a que el metabolismo vuelva a la normalidad. Si la osa protegía a su cría, debería haber matado al hombre sin comérselo.
La osa tiene el estómago vacío, así que no ha podido haberse comido las tripas del hombre. Eso significa que hay otro oso cerca. Uno muy peligroso.
Los únicos osos que comen carne en invierno son los matakarip. Así se denomina a los osos que no hibernan. El nombre significa, literalmente, el que vaga en invierno. Los osos que se saltan la hibernación son muy agresivos.
Asirpa pregunta qué va a hacer con ese cadáver. Sugimoto, poco dispuesto a confesar lo de los tatuajes y el tesoro (seguramente por miedo a represalias, y no por auténtica codicia), miente: pensaba cargarlo hasta la aldea más cercana.
Una pérdida de tiempo, ya que los osos no renuncian a una presa que ya han probado. Llevar el cadáver a una aldea sólo provocaría una matanza. Y Asirpa no piensa consentirlo. La solución es sencilla: dejarlo donde lo encontró… pero eso no puede ser, porque entonces el oso se comería el tatuaje. Asirpa elimina opciones, y lo que queda es matar al animal.
—Eres un soldado, lucha.
La dicotomía del soldado vs el guerrero reluce por primera vez, y no será la última. Es otro de los temas que dan vueltas por el manga, sobre todo cuando cierto personaje aparece. Hablaremos del tema en profundidad cuando lleguemos a él.
Ante estas palabras, Sugimoto calla. Sí, es un soldado, pero sólo se ha enfrentado a hombres, a seres humanos. Y los humanos tienen moral, ética, o piensan en la familia que han dejado atrás. A veces tardan un segundo de más en pegarte un tiro. Los animales no hacen eso. Y menos los monstruos, como denomina a este oso. Como duda, Asirpa se ofrece a matar al oso en su lugar y anuncia:
—El fuerte se come al débil.
El semblante de la niña se ensombrece ante Sugimoto, el pelo le tapa los ojos y la cara. De repente es una figura lejana. La viñeta nos grita que hay que centrarse en él antes que en ella, pero antes…
Echando la vista hacia adelante, es curioso que Asirpa le espete esto a Sugimoto cuando en el futuro, y no muy lejano, ella se negará a matar (personas) debido a su código moral y a sus creencias. Quizá sea porque aún no ha salido del bosque y sólo se ha enfrentado a animales, que son más sencillos de matar. O no porque sean más sencillos de matar, sino porque para ella son recursos necesarios para su modo de vida, ya sea como comida, abrigo u otros materiales. Aprendió desde muy pequeña a no encariñarse de los animales, puesto que luego deberá matarlos.
Y sin embargo no conoce la desdicha de arrebatarle la vida a otra persona, aunque sea en defensa propia. Su mente no está rota, las pesadillas no la acosan a todas horas. Eso será, precisamente, lo que Sugimoto intente proteger a toda costa en el futuro: que no se convierta en una desconocida, como él, para sus seres queridos.
En una asesina.
Del mismo modo, habrá otros personajes que quieran convertirla en lo mismo que ellos.
Así que es posible que esas palabras sean lo que hace clic en la cabeza de Sugimoto, eso y su negativa a separarse del cadáver. No puede perder el tatuaje, es la única pista que tiene para encontrar el oro. Así que no le queda otra que confesarse con Asirpa.
Mientras tanto, se hace de noche y el matakarip tiene hambre.
Entonces Sugimoto le pide ayuda, reconociendo sus habilidades a pesar de su edad o su género… Lo cual nos puede parecer bien, ahora comento por qué, o fatal porque, seamos sinceros, Sugimoto está arriesgando la vida de una cría por una historia que bien podría ser falsa. Ahí se le nota la desesperación por ganar dinero
Esta forma de tratarla, salvo momentos muy puntuales e importantes para la trama, me alucinó porque normalmente no encuentras personajes adultos que traten a niños como iguales, con respeto, y confíen en sus habilidades. Por lo general los desdeñan por ser demasiado jóvenes, los sobreprotegen por considerarlos débiles (o porque son familia), o se ejecuta una violencia desmedida contra ellos para causar morbo. Aquí hasta los antagonistas los protegen porque son chiquillos, no porque sean criaturas etéreas o frágiles. De la misma manera, si resulta que son peligrosos, los adultos les muestran respeto y los vigilan porque valoran sus habilidades. No hay condescendencia, ni tampoco se intentan aprovechar de ellos de forma sexual, sino como potenciales aliados… porque mentirles e influenciarles, a ver, sí lo hacen y está muy feo.
Precisamente, el trato de respeto que uno de los personajes muestra hacia sus futuros subordinados cuando estos son niños es lo que hace ganarse su lealtad incondicional (y una larga lista de crushes). Aunque ya hablaremos del grooming en Golden Kamuy con mayor profundidad otro día.
Acto seguido a la confesión, Sugimoto piensa en Toraji otra vez, y se nos muestra una fotografía de su amigo con la esposa, Umeko, y el hijo bebé. Esta foto aparecerá como recuerdo más veces, siempre, siempre, manchada con un rastro de sangre en su pecho.
Y aquí viene un detalle interesante. ¿Por qué corregirse sobre Toraji sobre que era antes un hermano de armas que su amigo de infancia? ¿Por qué superponer que conseguir el dinero es la última voluntad de un camarada en lugar de un amigo? Quizá porque necesita distanciarse de Toraji al pensar en Umeko. Sugimoto la recuerda por sí misma, como alguien aparte de Toraji. Y la llama Ume, un diminutivo de su nombre de pila que nos anuncia que no es sólo la esposa de su amigo muerto. ¿Un conflicto de interés? ¿Culpa? Desde luego. Hay algo ahí que Sugimoto aún no está recordando para nosotros. Ya lo hará, no os preocupéis.
Por supuesto, Sugimoto insiste en que la historia puede ser cierta, por muy fantasiosa que suene. Asirpa no parece impresionada y le interrumpe. Le cree sin reservas, en la historia del tesoro ainu y los tatuajes codificados. Y nos hace una revelación:
—Mi padre fue uno de los ainu asesinados.
Así tenemos a Sugimoto, que lidia con los traumas de la guerra, y a Asirpa, que lidia con el duelo por su padre asesinado. Sin embargo, tendrán que hablar de ello más tarde, porque se ha hecho muy de noche y el oso está al acecho. Encienden una hoguera para poder ver de dónde vendrá el animal, ya que los osos pardos no temen al fuego, y colocan el cadáver como cebo. Al mover el cuerpo junto a la hoguera, Asirpa ve la parte delantera del tatuaje, y se da cuenta de una cosa:
El ladrón no tenía intención de compartir el tesoro con los presos (aunque esto es lo que ella piensa, más adelante veremos que es una afirmación bastante simplista porque hay muchísimo que escarbar de esto). Los tatuó de forma que sólo se podría leer el código si los despellejaba como lo harías con un animal.
Entonces a Sugimoto se le ocurre que si despellejan al tipo (cosa que toda persona corriente estaría dispuesta a hacer, claro que sí) quizá el oso se conforme con el cadáver y les deje llevarse la piel. Por desgracia no queda tiempo; los osos no se alejan mucho de sus presas. La verdad es que no tengo ni idea de cuánto llevaría desollar a una persona, pero como deberían tener cuidado para conservar los tatuajes, y hay que quitar la carne y la grasa… Sí, no da tiempo.
¿Y copiarlo a un papel? Vaya, ya se les ocurrirá más tarde también.
—No dejaré que un oso me arrebate este tesoro caído del cielo.
¿Os acordáis del proverbio ainu que os dejé al principio del artículo? Lo ponen en cada solapa principal de cada tomo. Foreshadowing obvio dónde.
Finalmente, el oso se acerca.
Y aquí terminamos con el primer capítulo.
¿Qué puedo decir? La primera vez que empecé la historia no pillé la mitad de las cosas que os he ido contando. Ni siquiera me fijé en ciertos detalles que serían muy relevantes para el futuro, y que sólo conecté tras la segunda lectura.
Golden Kamuy se beneficia de su género, es un seinen, para poder hacer lo que quiere al ritmo que quiere. Es cierto que habrá capítulos lentos, y arcos aún más lentos y densos porque nos detendremos a comer y a empaparnos de la cultura ainu hasta ahogarnos. Como es una historia coral, podrá dedicar capítulos enteros a presentar personajes con sus trasfondos, de lo cual no me quejo. He terminado queriendo muchísimo a todos, o a casi todos, los personajes.
He de añadir además que me sorprendió descubrir que, con todo ese trabajo de documentación y los diseños de personajes tan variados (aquí no te vas a encontrar síndromes de la misma cara salvo que sea a propósito), sea un manga semanal que publica en una revista de la línea JUMP. Vale, sí, para las publicaciones de los volúmenes se hacen un montón de cambios, pero aún así. Desconozco si tiene un gran equipo o si simplemente es que trabajan muy bien juntos, porque la calidad es muy buena. Sí es cierto que, debido a la necesidad de documentarse, le permiten tomarse descansos más espaciosos.
De cualquier manera, Golden Kamuy empieza simple pero con ganas. Nos presenta los temas principales que luego desarrollará, a los dos primeros personajes importantes y el conflicto más directo. También deja caer un montón de detalles que, o bien ya tenía pensados, o simplemente aprovechó con el tiempo, cosa que ha hecho en múltiples ocasiones de una manera excelente. Nos insta bien rápido a querer descubrir el misterio del tesoro, ya que al ser nuestro mundo, lecciones de historia y cultura aparte, no tiene la necesidad de explicar y sentar bases de fantasía para que entendamos nada. Puede permitírselo. Aunque como digo… sí, habrá momentos en que nos tiraremos del pelo porque querremos más historia y menos carteles explicativos.
Espero que os haya gustado el artículo, y que os resultase interesante.
¡Os espero para leer el siguiente!
Pectorales
Unos cuantos, pero eran de gente sin cara.
Penes/Culos
0
Desollamientos
0
Ojos chupados
0