Blue Period, el camino del artista

La editorial Milky Way me ha hecho descubrir toda una joya con Blue Period. Es una de esas obras que hacen que conectes con los personajes. Con su pasión, sus logros y progresos. Pero también con su frustración.

Porque a veces no basta con encontrar lo que te apasiona en la vida. Sí, dar con eso que te hace sentir vivo es una experiencia increíble y pocas cosas se le pueden comparar. Pero no acaba ahí. Después de eso, toca trabajar. Esforzarse al máximo para intentar lograr cumplir nuestros sueños. Y eso, Tsubasa Yamaguchi lo tiene tan claro como Yatora Yaguchi, el protagonista de su obra.

A pesar de la primera ilusión, el mundo del arte no es nada fácil.

Al principio de Blue Period, Yatora está perdido en la vida. Sale a festejar con sus amigos cosas que ni siquiera sabe por qué disfruta. Saca las mejores notas de clase como si se tratase de un juego, en vez de como pasión o con un objetivo en mente. Hay algo que le falta. Y como le puede pasar a cualquiera, lo encuentra cuando menos lo esperaba. Volviendo de una noche de desfase, contempla un amanecer en Shibuya que hace que la llamita que yacía apagada en su alma suelte su primera chispa.

Yatora, aunque todavía no lo sepa, está enganchado al arte. Y es maravilloso porque el manga lo presenta de forma sutil, con nuestro protagonista contemplando una pintura… Y ésta devolviéndole una mirada de complicidad, como si se tratase de la famosa frase de Nietzsche, «Cuando miras fijamente al abismo, el abismo te devuelve la mirada».

El que una vez estuvo perdido, ha encontrado su camino.

Y no podría empezar mejor su recorrido como artista, porque cuando se sienta en la siguiente clase de arte, decide representar ese sentimiento que le cautivó. Como es de esperar, cuesta y no consigue hacerlo tal como lo visualiza en su cabeza. Aun así, como buen artista en ciernes, pone su alma en el lienzo y acaba pintando un paisaje urbano teñido de un profundo azul. Podemos entender ese cuadro como la Época Azul que da título al manga y que, como curiosidad, está directamente inspirado en la parte homónima de la vida de Picasso. Por suerte, el sentido que se le da al azul no es tan trágico como el del famoso pintor.

El momento más genuino y en el que, al igual que Yatora, se me saltaron un poco las lágrimas, es cuando uno de sus amigos reconoce el cuadro como ese momento detenido en el tiempo que ambos vivieron. La emoción que se siente al poder expresar un sentimiento, una historia, algo, a través de tu obra es, sin duda, lo mejor de ser artista.

Por supuesto, no todo es bonito ni la obra se ahoga en momentos emotivos. El arte es una disciplina sacrificada y, como tal, un camino plagado de desilusiones y chascos. Para ayudar a afrontar las adversidades y los primeros choques contra la realidad, Yatora y sus compañeros corren la enorme suerte de tener una profesora magnífica. Para los alumnos, es una mentora empática y paciente, pero para los lectores suele hacer de herramienta didáctica para introducir términos y técnicas artísticas. Desde luego, a muchos nos habría gustado tener a una profesora así.

La profesora también introduce el realismo que destila la obra. Es amable, sí, pero también dispone de una honestidad devastadora. Vivir del arte es muy difícil, y si la competencia para acceder a un puesto en la universidad de bellas artes ya es encarnizada, poder dedicarse por completo a ello suena casi a utopía. Por ello es que Yatora debe poner todo su ser para, al menos, acceder a su primera meta: obtener un puesto en la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música, la única institución pública de estas disciplinas en todo el país.

Con ese objetivo en mente es donde de verdad arranca el manga. A partir de aquí, y con una estructura que recuerda a los spokon, solo queda mejorar. Por suerte para Yatora, los profesores que se encuentra en su camino aderezan las clases y presentaciones con criticas constructivas. Eso sí, a veces son demasiado explicativas y básicas, y se ve a leguas que van dirigidas al lector.

Sus compañeros, personajes a los que se llega a apreciar enormemente, también le ayudan a crecer y madurar. No solo como artista, sino como persona, cosas que parece que van de la mano. Visualizar el mundo, estudiar cómo se construye y ver el orden casi matemático del universo para plasmarlo en un lienzo ayuda a poner en su sitio algún que otro pensamiento. Y eso es algo que Blue Period expone de forma fantástica.

El manga ha malacostumbrado a sus lectores, así que es un poco triste destacar que debo alabar a Yamaguchi por ser capaz de dibujar personas que se salen de la norma sin caer en estereotipos. En especial, mi favorita es Mori, la senpai de Yatora. Es una chica que aunque por su aspecto cae en lo moe, con su estatura chiquitita, reservada y cute, es genial ver cómo se la desarrolla mucho más allá de ser la chica mona. Es consciente de que no es ningún genio, y por ello trabaja más duro que nadie para labrarse un huequecito en el mundo artístico. También, aunque no deje de apoyar a sus compañeros en todo lo que necesiten, es dolorosamente realista cuando debe serlo. Mori es un personaje redondo al que después de un par de tomos con ella, le deseas lo mejor en su carrera artística.

Pero es Yuka quien más ha captado mi atención. No quiero decir mucho sobre este personaje porque sería entrar en el terreno de spoilers, pero quitando su relación con Yatora, que empieza siendo la típica amistad con alguna que otra rabieta, se vuelve más compleja a medida que avanza la historia. Y se ven los tintes de que va a convertirse en uno de los puntos centrales de la obra.

¿Por qué? Bueno… decir que la mangaka ya trató temas que se salían de lo normal en Nude Model, un one-shot que precede a Blue Period y que parece un prototipo de este manga. En Nude Model se habla de la relación entre una pintora y su compañero de clase que le hace las veces de modelo nudista. Todo esto con una sensibilidad y un tratamiento de lo más adecuados, y que me hace tener muchísimas esperanzas para el contenido LGTBI de Blue Period. En los dos primeros tomos que, de momento, ha editado Milky Way, se empiezan a ver pinceladas sobre estos temas, y estoy seguro de que se van a desarrollar más en un futuro.

Visualmente no creo que sea de mis obras favoritas, pero lo que está claro es que el aspecto introspectivo del manga se explota gracias a las expresiones tan claras que Yamaguchi dibuja en sus personajes. Es curioso cómo la mangaka, a pesar de conocer perfectamente cómo funciona la anatomía, la deforma a su favor para potenciar las emociones en las caras de Yatora y sus compañeros. El único punto en contra que puedo encontrar es que las veces que se exponen cuadros y se habla de sus sombras, luces y gama cromática, no se pueden apreciar al completo por culpa del formato en blanco y negro. ¡Me encantaría ver ese Blue Period de Yatora a todo color! Al menos tenemos las preciosas primeras páginas del principio de los tomos…

Por otra parte, es todo un detalle cómo Yamaguchi coge las obras de otros artistas para llenar su manga de distintas técnicas y formas de trabajar. Y es algo totalmente lógico y natural. No tendría sentido ver los trabajos de una clase de 10 alumnos, cada uno con su estilo propio, y que todos parezcan el mismo al haber estado dibujado por la misma mangaka. Además, no se olvida de dar crédito cada vez que salen, y dedicarle unas palabras a cada artista al final del tomo. Yamaguchi rezuma amor por el arte y artistas, y lo usa a su favor para pintar su obra con ello.

Blue Period a veces entiende el “arte” como simplemente obras pictóricas —“El arte es divertido. Es como un lenguaje sin palabras”—, como si no existiese, por ejemplo, la literatura. Pero a pesar de ello, es un manga tremendamente recomendable. Es fácil conectar con la búsqueda de la autorrealización de Yatora, y sentir rabia al ver el desprecio que mucha gente suele tener sobre el arte. Así que ahora que Milky Way acaba de editar el tercer tomo, es el momento perfecto para sumergirse en un mundo azul.

¡Que el viento sople a vuestro favor!

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