Cuatro mitos en los que se basa la historia de Dark Souls

El lore de Dark Souls es complicado de detallar. En sus tres juegos, la información solo nos llega a partir de pequeños fragmentos, descripciones de objetos y comentarios de pasada. Pero tras muchas horas de dedicación, podemos establecer una cronología y distinguir los sucesos que forman su historia. Una historia cuyo universo se basa, en realidad, en toda clase de mitos de distintas culturas: desde la creación del mundo según los aztecas hasta su final anticipado por los nórdicos.

Dark Souls da la vuelta al mundo del pasado y del presente y recoge toda clase de leyendas para crear la suya propia. Veamos algunas de las mayores influencias:

Aviso de algunos spoilers argumentales de DSI y DSIII

 

La leyenda del Quinto Sol y la Llama Primigenia: El origen de todo


La leyenda del quinto sol es uno de los diversos mitos de la creación —es decir, las historias sobre el origen del universo— que narra la cultura azteca.

Antes de que existiera el mundo, sólo había oscuridad y muerte, y el Teotihuacán, el lugar donde fueron hechos los dioses. Es ahí donde se sitúa esta leyenda, entorno a la hoguera divina, un fuego sagrado.

Los dioses debían crear el Quinto Sol para que el mundo fuera mundo. Para lograrlo, uno de ellos tenía que arrojarse a la hoguera y dar su vida por la creación.

Ninguno de los dioses quería ofrecerse, como es de imaginar, pero pronto se alzó un candidato inesperado: Nanahuatzin, el dios de la humildad. Un dios feo y deformado, pequeño, cubierto de verrugas y envuelto en las tinieblas, se ofreció voluntario cuando todos los demás no se atrevieron. Lo miraron con desprecio. Entonces, el arrogante Tecuciztécatl, el Señor de los Caracoles, se enfureció y decidió ocupar su lugar.

Durante cuatro días, Tecuciztécatl y Nanahuatzin hicieron penitencia y realizaron sacrificios. Las ofrendas de Tecuciztécatl eran hermosas: plumas de quetzal y bolas de filamento de oro con espinas hechas de piedras preciosas y coral rojo. Las de Nanahuatzin, más humildes y tradicionales: cañas verdes, bolas de heno y espinas de maguey empapadas por su propia sangre.

La medianoche del último día fue señalada como el momento de la creación del nuevo Sol, momento en el que uno de los dos dioses ardería. Tecuciztécatl era más grande y fuerte, pero, al acercarse a las llamas, sintió miedo. Corrió cuatro veces hacia la hoguera, pero en ninguna de ellas reunió el valor suficiente como para lanzarse al fuego. Cuando fue el turno de Nanahuatzin, este no vaciló. Se despojó de su manto, mostró la fealdad de su cuerpo al Fuego Creador, y se arrojó a él.

Inspirado por la valentía de su compañero, Tecuciztécatl lo siguió.

Así es como Nanahuatzin renació como el Quinto Sol (conocido más tarde como Tonatiuh) por oriente. Y, tras él, una brillante Luna, Tecuciztécatl. Pero ambos permanecían inmóviles en el cielo y, con tal de que se movieran por todo el mundo, los demás dioses dieron sus vidas uno a uno.

Los nuevos hombres quedarían en deuda con los dioses por su sacrificio y, por esa razón, ellos mismos iban a tener que presentar ofrendas al Sol: sangre propia y ajena. Esa necesidad de encontrar víctimas para el Sol fue el motivo de muchas guerras.

La leyenda del Quinto Sol se ve reflejada en la historia del Gran Señor Gwyn, rey de Lordran. Con la llegada del fuego al mundo, Gwyn nació como Señor de la Luz Solar junto a Nito, la Bruja de Izalith y el Furtivo Pigmeo, y lideró la guerra contra los dragones que terminó con la Edad Antigua e instauró la Edad del Fuego.

Una vez la amenaza de los dragones quedó erradicada, los Señores se apoderaron del mundo. Gwyn fundó Anor Londo, la ciudad de los dioses e inició un gobierno largo y próspero. Para asegurarse de que la Edad del Fuego continuaba, los Señores hicieron todo lo posible para mantener la Llama viva, pero incluso el reinado de los dioses tiene que llegar a su fin algún día. Cuando el fuego empezó a desvanecerse, Gwyn abandonó Anor Londo para dirigirse al Horno de la Primera Llama, donde enlazó la Primera Llama para prolongar la de su reino. Gwyn se convirtió así en un Señor de la Ceniza. Su alma mantuvo el fuego ardiendo durante años, pero tampoco fue suficiente y su hijo menor, Gwyndolin el Sol Oscuro, que tenía una importante afinidad con la Luna, puso en marcha un plan diferente para mantener la Llama viva.

Las similitudes entre ambas historias son evidentes, y más si tenemos en cuenta que el sacrificio de Gwyn estableció un precedente entre los Señores de la Ceniza que le sucedieron. Alguien tenía que mantener la llama después de él, al fin y al cabo. Al igual que los dioses aztecas se sacrificaron para que el Sol siguiera su trayectoria, los Señores de la Ceniza fueron enlazando la Llama una y otra vez… hasta que, en Dark Souls III, el príncipe Lothric se negó, poniendo en peligro la Era del Fuego una vez más.

 

Prometeo y el Furtivo Pigmeo: Dos historias de fuego, creación y sacrificio


Antes hemos mencionado al Furtivo Pigmeo, uno de los Señores que obtuvo un fragmento de la Llama junto a Gwyn. En Dark Souls, a menudo se elimina al Pigmeo de las leyendas.

Esto se debe, seguramente, a que el Pigmeo no participó en la guerra contra los dragones, al contrario que Gwyn, la Bruja de Izalith o Nito, que usaron los poderes que les concedían sus Almas para la batalla. En su lugar, se quedó en la oscuridad y se quedó con la pequeña chispa de la Primera Llama que era el Alma Oscura. En vez de quedársela para sí, el Pigmeo la dividió y repartió entre todos los humanos.

La historia del Pigmeo y el Alma Oscura se extiende hasta el último DLC de Dark Souls III: The Ringed City (no por nada el juego recibe ese nombre), pero vamos a quedarnos sólo con esta información de momento.

Hablemos de Prometeo. Prometeo era uno de los doce titanes que, según la mitología griega, gobernaron el mundo antes que los dioses. Cuando los olímpicos ascendieron, desterraron a los titanes y a todos sus opositores al Tártaro, pero Prometeo no fue uno de ellos. En su lugar, Zeus le encargó que creara al hombre. Con la ayuda de la diosa Atenea y un poco de arcilla (a lo Wonder Woman, sí) esculpió a la humanidad y la amó.

El amor de Prometeo por los humanos era mayor que el que sentían los propios dioses, y el titán, arrogante, engañó a Zeus dos veces con tal de favorecer a su creación. La primera vez, los humanos tenían que sacrificar a un animal para honrar a los dioses y ofrecerles sus partes, y Prometeo se las entregó a Zeus. Una de las dos ofrendas era carne envuelta en el cuero crudo del animal, que tenía un aspecto desagradable a simple vista. La otra, el hueso, escondido entre una capa de grasa jugosa. Zeus sólo se fijó en el exterior de los regalos y escogió el hueso como la ofrenda que los dioses recibirían, de modo que los humanos se quedaron con la carne. Furioso por el engañó, Zeus se vengó quitándoles el fuego.

Ese fue el segundo favor que Prometeo dio a la humanidad. Desafió a los dioses, robó una llama del Sol y se la dio a la humanidad. Al hacerlo, les dio la herramienta de la creación con la que crearían sociedades y podrían independizarse de los dioses. Por desgracia para Prometeo, el robo no pasó desapercibido para los olímpicos, y el titán fue arrojado al Tártaro y castigado por toda la eternidad.

¿Y cuál fue su penitencia? Zeus lo ató a una roca con unas cadenas irrompibles y, todos los días, un águila bajaba para devorarle el hígado, que se reconstruía sólo para que al día siguiente pudiera volver a empezar sin que Prometeo muriera.

Ambas historias tienen en común el nacimiento de la humanidad a partir del fuego. En el caso de Prometeo, el regalo del fuego es crucial para su desarrollo más que para su creación en sí, pero también aporta el elemento simbólico de la ruptura con los dioses. Con el fuego, los hombres también pueden crear. Es una cualidad divina.

En Dark Souls, la humanidad nace a partir del Alma Oscura que es, en esencia, parte de la Llama Primigenia. A pesar de utilizar la palabra “alma”, mucho más espiritual, no deja de ser un aspecto del fuego y un agente clave para la creación del hombre. Y el fuego en ambos casos lo conceden criaturas de inmenso poder (el Furtivo Pigmeo, un señor de un poder equivalente al de Gwyn; y Prometeo, un titán, la raza que rivalizaba con los dioses) que buscaban la creación por encima de la destrucción.

Damnatio memoriae: Del Antiguo Egipto al Rey sin Nombre


La damnatio memoriae es una práctica que tuvo su origen —que sepamos— en el Antiguo Egipto, y que consistía en eliminar todas las muestras de la existencia de una persona: borrar sus apariciones en los documentos, su cara de imágenes… incluso se despojaba a ese individuo de su nombre, y quedaba prohibido que cualquiera lo utilizara.

No se trata de un mito, en realidad, pero iba estrechamente ligada a las creencias espirituales de los egipcios. Resumiéndolo mucho, el nombre era uno de los elementos de cada ser humano que permitía avanzar al otro mundo y a la vida después de la muerte, que, como sabréis, era lo más importante para ellos (sólo hay que ver las pirámides). Por tanto, aplicada la damnatio memoriae, el condenado sufría una muerte eterna. Era el peor castigo para un egipcio.

A falta de leyenda, quedémonos con la historia. Una de las castigadas por la damnatio memoriae fue la reina faraón Hatshepsut, que gobernó durante la dinastía XVIII. Hatshepsut fue la reina consorte de Tutmosis II hasta que se quedó viuda y asumió el papel de reina regente. La idea era que la sucediera su hijastro Tutmosis III —hijo de Tutmosis II y una de sus esposas secundarias— cuando alcanzara la mayoría de edad, pero, con el paso de los años, Hatshepsut empezó a mostrarse como único soberano de Egipto. Cambió su nombre por el de Maatkara Hatshepsut y adoptó los atributos (masculinos) de un faraón: la barba postiza, el tocado y los epítetos reales de Rey del Alto y el Bajo Egipto y de Señor de las Dos Tierras. Y, como podemos imaginar, no renunció al poder ni siquiera cuando Tutmosis III alcanzó la edad para reinar.

Hatshepsut murió hacia el vigésimo segundo año de su reinado. Por la osadía de proclamarse ella, una mujer, faraón, se la condenó con damnatio memoriae y hasta se la eliminó de la Lista de los Reyes. Se creyó que el responsable de ello había sido Tutmosis III, pero, con el tiempo, se ha demostrado que fue obra de las dinastías XIX y XX.

El uso de la damnatio memoriae se extendió también a Grecia y a Roma, recibiendo en esa última época su nombre, que se traduce literalmente como “condena a la memoria”. Fueron condenados un gran número de emperadores romanos, como Calígula, Nerón o Majencio. También se hizo uso de ello, por ejemplo, durante el régimen de Stalin, que tenía la costumbre de eliminar a sus enemigos políticos incluso de la prensa y las fotografías.

Saltemos de nuevo a Dark Souls y a Gwyn. Durante su próspero reinado, el Señor de la Luz Solar tuvo varios hijos. En la primera entrega de Dark Souls conocemos (en cierto modo) a Gwynevere, la Princesa de la Luz Solar, y a Gwyndolin, el Sol Oscuro. En The Ringed City, descubrimos a Filianore. Pero al primogénito de Gwyn se le conoce como el Rey sin Nombre, un personaje al que, si echamos un vistazo a su lore, veremos que sufrió también damnatio memoriae.

Durante la Era de los Dioses, el Rey sin Nombre luchó junto a su padre contra los dragones y fue un gran guerrero. Había heredado el rayo, y su inmenso poder lo convirtió en una leyenda, y se sabe que fue el maestro de Ornstein el Asesino de dragones, otra figura clave de la guerra. Pero el Rey sin Nombre cambió de bando y pasó a aliarse con los dragones. Incluso llegó a domesticar a uno, el Rey de la Tormenta, al que llevó a varias batallas y al cual quería de verdad.

No sabemos qué le llevó a hacerlo, ni tampoco cuándo ocurrió. El lore es confuso. Lo único que tenemos claro es que el primogénito de Gwyn fue expulsado de Anor Londo, perdió su condición de dios y se lo eliminó de los anales de la historia.

Ahora bien, ¿le expulsó Gwyn por estar en desacuerdo con él, y eso le llevó a aliarse con los dragones, o fue expulsado precisamente por esa alianza? ¿Cambió de bando después del sacrificio de Gwyn y fue la ciudad de Anor Londo la que lo repudió?

Sea como fuere, el Rey sin Nombre fue borrado de la historia. En la catedral de Anor Londo, donde aparecen estatuas de Gwyn y sus hijos, un marco vacío señala que quitaron la del primogénito. Lo único que queda de él en Anor Londo es la Espada de Luz Solar que dejó sobre el ataúd honorario de Gwyn, lo cual añade todavía más preguntas a la relación con su padre: ¿una simple despedida simbólica o una muestra de respeto?

 

Ragnarök: ¿el final del tiempo?


En la mitología nórdica se dice que el Ragnarök —el crepúsculo de los dioses— empezará con fuego. Consumirá el mundo entero, lo reducirá a cenizas y la vida se apagará. Dark Souls nos ofrece elegir nuestro propio final y, en el primer juego, podemos decidir si enlazar la Primera Llama para preservar la Era de los Dioses o dejar que se apague y que empiece la Era de la Oscuridad. También es cierto que, al tener dos secuelas, la franquicia toma como final canónico que enlazamos la Llama tanto en esta entrega como en la segunda, lo cual nos lleva a Dark Souls III para tomar de nuevo esta decisión, en esta ocasión, definitiva.

La Primera Llama se va debilitando y, ante la negativa del príncipe Lothric de enlazarlo, amenaza con apagarse. Uno de los Señores de la Ceniza, Aldrich el Devoradioses, profetizó entonces la llegada de la Oscuridad, acerca de la cual funda su propia religión. En la versión inglesa, esa Oscuridad recibe el nombre de “the Deep”, y es descrita como un mar profundo, lo cuál tiene hasta cierta lógica; el mar acaba con el fuego. Eso mismo es lo que ocurre (o, mejor dicho, ocurrirá) tras el Ragnarök: el mar subirá y se llevará las cenizas del mundo.

Pongamos que, al finalizar Dark Souls III, elegimos no enlazar la Llama. El fuego se extingue y el mundo se sume en la oscuridad. Empieza una nueva Edad, la de la Ceniza. Sin dioses ni dragones, nos convertimos en el nuevo gran Señor.

Eso nos deja con los dos DLC de esta entrega: Ashes of Ariandel y The Ringed City. Podemos acceder al primero hacia la mitad del juego, pero, en principio, se sitúa después del final de Dark Souls III. Conocemos al caballero esclavo Gael, una figura misteriosa que nos llevará a al Mundo Pintado de Ariandel. En Ariandel prevalece el ciclo que acabamos de romper: el fuego se extingue, el mundo se muere… y hay que crear uno nuevo. Pintarlo. Esa es la intención de la Pintora, otro personaje que conocemos dentro de ese mundo, pero, para ello necesita un pigmento especial. Una pintura “mágica” lo bastante poderosa como para crear un mundo entero desde cero.

¿Os acordáis del Alma Oscura?

Para contar qué ha sido de la Llama Oscura tenemos que remontarnos, por supuesto, a Gwyn (qué novedad). El Señor de la Luz Solar dejó a su hija menor, Filianore, en la Ciudad Anillada a la espera de su regreso. La misión de Filianore era proteger la ciudad con un hechizo que la hacía inmune al paso del tiempo, de modo que los Señores Pigmeos, descendientes directos del Furtivo y contenedores de la Llama Oscura, podían vivir ahí sin peligro hasta que los dioses los necesitaran otra vez.

Cuando el hechizo se levanta, sin embargo, descubrimos que la Ciudad Anillada no es más que un desierto de cenizas. Podríamos verlo como el fin del mundo. Y, sobre él, se alza Gael devorando a los Señores Pigmeos para hacerse con la Llama Oscura, completamente loco.

Los nórdicos predijeron que, al final del mundo, sólo habría dos humanos. Estos, a su manera, son Gael y el Adalid de la Ceniza. Al matar a Gael, nos hacemos con el Alma Oscura y podemos darle el pigmento a la Pintora para que cree un nuevo mundo.

Así, el ciclo de Dark Souls empezaría de nuevo: la Edad de los Antiguos, con los dragones reinando. La aparición del fuego, la llegada de los dioses. La guerra. El Alma Oscura. La humanidad. El declive de los dioses y la Era de la Ceniza. La Oscuridad y otro comienzo. Irrompible. El Ragnarök tampoco es más que una parte de otro ciclo: el fin del mundo para el renacer de uno nuevo.

 

Lore para dar y regalar


Podría extenderme mucho más hablando de mitos. Podría hablar de las serpientes primordiales Frampt y Kaathe y cómo pueden ser una representación tanto de Lucifer como de Ouroboros o incluso de Jörmungandr, hijo de Loki. Podría hablar del parecido entre la historia de Rómulo y Remo y la de Lothric y Lorian, o de leyendas de híbridos como el Minotauro y acercarlas a Priscilla, por ejemplo. Pero considero que ya hemos tratado los mitos más importantes y, de todos modos, esto empieza a quedar largo. Quizás en un tiempo habrá una segunda parte.

Dark Souls ofrece infinitas posibilidades, y nuestro mundo tiene y ha tenido un gran número de culturas muy ricas e interesantes a partir de las cuales podemos basar historias. No hay límites, y Dark Souls lo sabe, de ahí esta curiosa vuelta al mundo.

Podéis encontrar una versión más detallada del Ragnarök y la historia de Dark Souls en este post de Reddit, que habla además a las serpientes y Jörmungandr. Espero que, al menos el resto, os haya interesado y os motive a investigar unos cuantos mitos más por vuestra cuenta, porque lo cierto es que son fascinantes, sean de la cultura que sean.

¡Que el viento sople a vuestro favor!

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